lunes, 11 de mayo de 2009

De Fundación CreáVida

Este año la consigna que celebra la semana internacional del parto respetado es un llamado a la reflexión sobre el creciente número de cesáreas en el mundo.

"POR LA URGENTE DISMINUCIÓN DE LAS CESÁREAS INNECESARIAS"

En acompañamiento a esta convocatoria apoyamos desde la Fundación Creavida el acto que se realizará el miércoles 13 de mayo en la Legislatura porteña y comparte con ustedes dos textos. Uno fue publicado en el número 6 de nuestra revista y lo enviamos adjunto. El otro es una carta que Michel Odent nos envía desde Londres participando de este modo con su presencia al dialogo al que invita la celebración de esta semana en nuestro país.

Los saludamos cordialmente
Grupo Creavida


" Durante millones de años las mujeres no podían tener bebés sin liberar un coktail hormonal que la ciencia moderna presenta como un "coktail de hormonas del amor". Todo esto debe ser reconsiderado desde que la cesárea se ha vuelto una intervención rápida, fácil y segura. Lo que fuera una forma maravillosa de salvar ocasionalmente un bebé en peligro, está convirtiéndose, a escala planetaria, una forma habitual de parir. Es como si la inteligencia humana hubiera convertido en inútiles a las hormonas del amor en este periodo crítico que es el nacimiento. Las preguntas se hacen hoy en términos de civilización y del futuro de la humanidad. La discusión de leyes podría ser una forma de participar en la iniciación de una necesaria toma de conciencia"

de Michel Odent para la Fundación Creavida en la semana del parto respetado.

¿NACER POR CESÁREA?

El parto es mucho más que la llegada al mundo de un hijo. Es también un momento crucial en la feminidad de muchas mujeres. Casi siempre se olvida algo fundamental respecto al parto: que es un momento singular, único de nuestra vida sexual. En realidad, buena parte del malestar de muchas madres con su cesárea viene de ahí, porque intuyen que ha faltado algo. En lo más profundo de su ser, se sienten robadas, heridas. ¿Cómo puede saber lo que se ha perdido una mujer que nunca ha tenido un orgasmo? ¿Y cómo es posible que algunas —pocas— mujeres refieran que en sus partos vaginales experimentaron un placer de intensidad similar o superior al orgasmo?
Para muchas madres, atreverse a hablar de su cesárea, nombrar su decepción, contar el maltrato al que fueron sometidas en sus partos, es empezar a recorrer el camino de la reconciliación con el propio cuerpo y con su sexualidad. Un camino duro y tal vez inesperado, pero también lleno de hermosas sorpresas. Muchas madres van descubriendo en ese trayecto el incomparable apoyo de otras madres, amigas, hermanas. El placer de amamantar permite a muchas reconocer sensaciones nuevas del propio cuerpo.
El dolor anímico de la cesárea hace reflexionar sobre qué tipo de madre se quiere ser. Mujeres que nunca se habían sentido satisfechas con sus cuerpos empiezan a reconciliarse, a aceptar con orgullo las curvas o los kilos de más que la maternidad les ha traído. Algunas eligen el activismo, ayudar a otras madres, intentar cambiar las cosas para que nuestras hijas no tengan que pasar por lo mismo, para que nuestros niños hereden un mundo mejor.
Este camino de autoconocimiento a veces provoca miedo. Muchas madres se encuentran solas y sienten ganas de volver atrás, de negar el propio sufrimiento y se dicen: «Qué exagerada soy, seguro que no es para tanto».
Jeanine Parvati-Baker, sanadora norteamericana, nos explica:
«Cuando una madre que ha sido abierta empieza a sentir que su cesárea fue un viaje iniciático y se permite explorar los aspectos más profundos de la curación, se libera una cantidad enorme de energía psíquica. Reprimir o negar el trauma requiere muchísima energía, pero una vez que la experiencia se integra (es decir, se siente, se expresa y se libera) toda la energía que antes se utilizaba para defenderse se libera para la acción creativa».
«Para algunas mujeres esta operación no supone ningún trauma aparente e incluso la califican como “maravillosa”. Sin embargo, otras madres se sienten tristes desde el mismo momento en que les dicen que les van a hacer una cesárea y se encuentran mal durante meses o incluso años. ¿Por qué son tan variables las reacciones ante un mismo suceso? Toda una serie de factores pueden inclinar la balanza en uno u otro sentido.
En primer lugar, los factores obstétricos, es decir, los motivos que decidieron la cesárea y cómo se desarrolló la intervención. La calidad de la atención recibida es un aspecto. Si te has sentido respetada y partícipe de la decisión, si has sido bien informada de las opciones y, sobre todo, si has percibido que mantenías cierto control durante todo el nacimiento, es más probable que te recuperes bien psicológicamente de tu cesárea. Por el contrario, si te han maltratado verbalmente, si no has sido acompañada emocionalmente y si la indicación de la cesárea ha sido dudosa o claramente arbitraria, el malestar psicológico quizá sea significativo o creciente conforme pase el tiempo».
«Los cirujanos van cosiendo plano por plano la herida de la cesárea en el útero, en el vientre, en la piel. Puntos o grapas y un apósito que recubre la herida. La cicatriz tardará poco en formarse, apenas unos días. Los médicos o las enfermeras explicarán con todos los detalles a la madre cómo tiene que cuidar la herida y, probablemente, cuando abandone el hospital, ya le habrán retirado los puntos. Una delgada línea rosa suele ser la única señal externa de la intervención. Sin embargo, la cesárea deja a menudo otra herida mucho más difícil de curar y que ningún cirujano podrá coser. La herida emocional se produce conforme la mujer entra en el quirófano para la intervención y puede permanecer abierta durante muchos años después, o incluso toda una vida. En algunos casos, puede ser una herida mínima, apenas un rasguño, en otros es posible que sea tan dolorosa que llegue a obstaculizar seriamente el bienestar afectivo de la madre o incluso de toda su familia. Es también una herida cambiante y silente, que puede pasar inadvertida durante mucho tiempo y que, como todas, puede reabrirse y volver a sangrar cuando menos se espera. Es, sobre todo, una herida difícil de curar ya que raramente se reconoce su existencia. En la mayoría de los tratados de obstetricia, se detallan todas las complicaciones y repercusiones de la cesárea, pero rutinariamente se omiten las implicaciones psicológicas o afectivas. Tampoco los profesionales, cuando explican a la mujer los riesgos de la intervención, suelen mencionar este punto.
El mayor obstáculo para la curación de la herida emocional es precisamente el silencio con que se la rodea, la minimización o incluso la negación de su existencia. Algunas madres llegan a expresar sus sentimientos relacionados con la cesárea en las primeras semanas y es frecuente que encuentren como respuesta el típico “¿De qué te quejas si tienes un bebé sano?”, o hasta un “los bebés nacidos por cesárea sufren menos y salen más guapos”. Pero lo cierto es que la mayoría de las madres ni siquiera llegan a exteriorizar el dolor anímico que les ha producido la cesárea, bien porque se sienten culpables de sentirse mal (“Debería estar feliz con mi hija”) o porque no llegan a identificar el origen de su malestar (“Sabía que quería a mi hijo y a la vez sentía que no me importaba”). La herida emocional puede manifestarse con diferente intensidad a lo largo del tiempo. Muchas madres sólo empiezan a reconocer el dolor que les produjo la cesárea anterior cuando, años más tarde, consideran un nuevo embarazo».
«Llamamos “herida emocional” al impacto psicológico que deja la cesárea en la madre. Desde el momento en que se hace un corte en el abdomen y en el útero de la mujer para que nazca su hijo, es decir, cuando nacer conlleva una alteración tan importante de la integridad física de la mujer, podemos saber que el impacto psicológico existirá. Esto no quiere decir en absoluto que la cesárea afecte a todas las mujeres de una misma manera; nada más lejos de la realidad. De hecho, una misma intervención puede ser vivida de formas muy diferentes o incluso opuestas. Si en algunos casos la cesárea se convierte en una experiencia satisfactoria, ¿cabe entonces hablar de herida emocional? Creemos que sí, que la herida emocional siempre estará presente, sólo que a veces la asimilación es relativamente sencilla. Incluso cuando la cesárea es absolutamente necesaria y respetuosa, no deja de ser una intervención quirúrgica en el momento del parto, un sacrificio de la integridad de la madre, que acepta ser seccionada para no poner en riesgo la vida de su hijo, en la mayoría de las ocasiones, o la propia en contados casos. La cesárea es, pues, una renuncia y una pérdida de muchos aspectos relativos a cómo nos imaginamos como madres. La herida emocional va a tener, por ese motivo, mucho de duelo, de elaboración de esa pérdida; no sólo del parto soñado, sino, en muchas ocasiones, también del primer abrazo, las primeras horas o incluso días de la vida del bebé, de la salud en el posparto, de un útero intacto, de ser considerada una mujer normal o sana en siguientes embarazos».
«La sensación más generalizada entre las madres que han pasado por una cesárea es la de pérdida, es decir, el duelo por no haber tenido el parto soñado A esto se suelen añadir los problemas de identidad como madre e incluso como mujer: “No sé qué clase de madre soy; ni siquiera he podido parir a mis dos hijos”. Algunas madres se culpan de manera obsesiva por su cesárea. Algunas mujeres refieren sentirse violadas o mutiladas. La actitud hacia la cicatriz suele ser reflejo de dichas emociones.
Hay madres que confiesan que no pueden mirar la cicatriz y evitan su visión incluso en el baño. Algunas mujeres tardan años en poder acariciar su cicatriz o en permitir que alguien más la vea. Para ellas el haber estado desnudas y solas en un quirófano y haber sido exploradas delante de muchas personas constituye una experiencia muy traumática y de la que resulta muy difícil hablar con franqueza, máxime cuando no es fácil que los allegados lo entiendan como un abuso y un atropello a la sexualidad».
«El parto y el nacimiento son actos de la esfera sexual, y como todos los actos de este ámbito necesitan intimidad y respeto a los ritmos de cada persona, en este caso de la mujer. A la mayoría de los mortales nos resultaría bastante difícil hacer el amor delante de cuatro o cinco desconocidos que nos miran bajo un potente foco de luz y que nos dicen en todo momento en qué punto nos encontramos. ¿Por qué muchas parejas buscan la penumbra para hacer el amor o simplemente cierran los ojos? ¿Por qué una llamada de teléfono puede interrumpir la relación amorosa hasta el punto de que luego sea casi imposible recuperar la excitación? ¿Por qué a veces un par de copas de alcohol hacen que sea mucho más placentero y sencillo dejarse llevar y disfrutar del sexo? La respuesta es sencilla. Para hacer el amor se necesita, en cierto modo, dejar de pensar. O lo que es lo mismo, “desconectar” la corteza cerebral, el llamado neocórtex, la parte del cerebro con la que pensamos y que nos diferencia del resto de los mamíferos. Necesitamos permitir que nuestro cerebro se deje guiar por las señales del cuerpo para “sentir” con intensidad, tanto para hacer el amor como para poder parir.
El parto es un acto sexual, o incluso la culminación de éste tras nueve meses de gestación. Los humanos somos mamíferos y parimos como tales. El parto es un momento amoroso en el que intervienen las mismas hormonas que cuando hacemos el amor. No hay una manera buena o mala de hacer el amor, hay infinitas formas y preferencias; lo importante es respetar el ritmo y las necesidades de cada persona. Pero para tener una relación placentera necesitamos sentirnos seguros y respetados. (El extremo opuesto sería una violación). Exactamente lo mismo sucede con el parto. Estos ritmos, durante el amor y en el parto, están marcados por las propias hormonas: oxitocina, endorfinas, prolactina y adrenalina».
«El camino hacia la recuperación emocional de la cesárea puede parecer complicado o difícil, pero aceptar los sentimientos propios como válidos y utilizarlos como guía hacia la sanación suele ser el primer paso. El proceso es doloroso; sin embargo, a largo plazo suele producir una aceptación del trauma y un bienestar emocional inimaginable en un inicio. Sólo tu dolor te puede guiar. Debes respetarlo, honrarlo y aceptarlo, probablemente te acompañará hasta que sanes tus heridas. El día que estén curadas, es posible que el dolor te abandone, o, tal vez, se convierta en un viejo amigo que te permitió aprender una extraordinaria lección. Hablar de todos los sentimientos relativos a tu cesárea (o parto traumático) facilita el ir curando la herida emocional. Los grupos de apoyo a la lactancia y a la crianza natural son espacios muy cálidos donde las madres pueden contar sus partos y sentirse escuchadas y comprendidas. Los foros en Internet también permiten contactar con madres que han pasado por partos traumáticos o cesáreas.
La escritura es una de las formas más sencillas y saludables de terapia. Escribir la historia del parto suele ser un paso necesario y muy reparador. Algunas madres tardan meses o incluso años en ser capaces de redactar todo lo que vivieron en ese momento, pero al concluir el relato suelen sentirse bastante aliviadas. Una vez conseguido, puedes comenzar un ejercicio: escribe el parto soñado, el que no pudo ser, el encuentro deseado, cómo te gustaría que hubiese sido el nacimiento. Hazlo como una manera de recuperar esos sueños y reconocer la belleza que había en ellos, lo que te habría gustado ofrecer a tu bebé como llegada al mundo, y consérvalo como un regalo para ti o para tu bebé. El trabajo emocional es diferente en cada caso. Si te atreves a escuchar tus propios sentimientos, sin juzgarlos ni rechazarlos, poco a poco irás viendo que éstos te guían en tu proceso de sanación. Así, la tristeza inicial puede dar lugar a sentimientos de rabia o de enfado, que se pueden traducir en celos o en envidia a otras madres que consiguen un parto respetado con aparente poco esfuerzo. Otras veces la rabia da paso a la culpa, a sentir que una le ha fallado al bebé o a sí misma... Poco a poco hay que ir reconociendo todo el mérito que tienes, que hiciste siempre lo que pensabas que era mejor. No se trata de culparse, sino de ir haciendo las paces, celebrando que la maternidad muchas veces significa aceptar nuestros errores y que no por eso los hijos nos quieren menos».
«Intenta hacer una lista de diez cosas buenas que te aportó la cesárea. Es posible que sólo encuentres una o dos, a lo mejor tardas un tiempo en completarla; no hay ninguna prisa. Hasta en las experiencias más dolorosas hay detalles hermosos que nos ayudan a asimilarlas, permítete buscar todo lo bueno que la cesárea aportó a tu vida. Algunas de estas cosas positivas que a veces comportan las cesáreas, incluso si son innecesarias son: volverse más consciente de la necesidad de escuchar al cuerpo o seguir tu criterio incluso si no coincide con el de los demás, valorar la lactancia, participar de manera activa y responsable en las decisiones que conciernen a la salud de tus hijos o la tuya propia, descubrir otra forma de relacionarte con tu cuerpo».
«Muchas de las mujeres que preparan un parto vaginal confiesan su temor a sentirse fracasadas si terminan nuevamente en cesárea. Sin embargo, los conocimientos adquiridos y la energía invertida en planear un nacimiento respetado, sea parto vaginal o intervención necesaria, siempre dan su fruto, y así, la cesárea repetida, incluso si es inesperada, puede ser una experiencia gratificante y reparadora del trauma previo».
«Que hayas pasado por una segunda cesárea tampoco significa que nunca vayas a tener un parto vaginal. Hay muchas mujeres que han tenido un parto vaginal después de dos, tres y cuatro cesáreas.
Entre todas ellas, hay una historia muy especial para nosotros: el nacimiento de Mireia, un parto vaginal que sucedió después de dos cesáreas.
Durante la segunda cesárea, mientras el ginecólogo cosía el útero de su madre —Meritxell Vila— ella le dijo al médico: “A mi próximo hijo pienso parirlo por la vagina”, lo que motivó la risa de los allí presentes. Dos años más tarde, el 31 de enero de 2001, Mireia vino al mundo en un feliz parto vaginal después de dos cesáreas.
Meses después, Meritxell e Ibone fundaron el foro virtual “Apoyocesareas”, por el cual han pasado ya cientos de mujeres que buscaban ayuda psicológica para superar sus partos traumáticos. Muchas de ellas han logrado tener un parto vaginal o una cesárea respetuosa en el siguiente embarazo.
Dos años más tarde, la hermana de Mireia, la pequeña Meritxell, también vino al mundo de forma natural».

Este texto es un extracto del libro
¿Nacer por cesárea?
Evitar cesáreas innecesarias, vivir cesáreas respetuosas,
de Ibone Olza y Enrique Lebrero Martinez,
publicado por Editorial Granica.

1 comentario:

vilmati dijo...

Gracias Vivi:)que mas puedo decirte. Siento que me curo dia a dia. Todabia se me llenan los ojos de lagrimas.
Te mando un beso grande!!