sábado, 30 de agosto de 2008

La fiebre y las enfermedades infantiles

Con la intención de despertar la reflexión acerca de los temas de salud, quisiera compartir en este caso un completo artículo aparecido en la revista "Perceval", en donde se aborda con meridiana claridad el enfoque antroposófico del fenómeno de la fiebre y las enfermedades infantiles

Lo que durante generaciones fue natural para toda madre, hoy es inaudito.
Uno de los síntomas más alarmantes, que delatan el distanciamiento de la naturaleza por el que atraviesa el hombre de nuestra época es el que, de día en día, va perdiendo más el sentido necesario para interpretar los hechos fundamentales de la vida, o sea, para comprender la relación que existe entre la salud y la enfermedad. Se encuentra desamparado ante los procesos de su propio organismo, al haber disminuido su instinto de discriminación entre lo saludable y lo nocivo. Tanto es así que, hoy en día la mayoría de la gente sólo ve en la enfermedad un suceso molesto, y con frecuencia hasta peligroso, que debe eliminarse cuanto antes, preferentemente empleando vacunas preventivas, o bien con medicamentos de efectos radicales, aún cuando sólo se trate de una inofensiva fiebre catarral. Aquello que durante generaciones ha sido evidente y natural para toda madre, al hombre de nuestro tiempo le parece un concepto totalmente nuevo e inaudito. Nos referimos al hecho de que toda enfermedad propiamente dicha, o bien sus síntomas de carácter secundario, como la fiebre, puede tener como motivo un fin oculto de vital trascendencia para el desarrollo físico y anímico del individuo.

El miedo a la fiebre

Especialmente en el caso de las enfermedades infantiles los padres, conscientes de su responsabilidad y en su afán de velar por un ser indefenso y dependiente de la ayuda de sus semejantes, ven con angustia y espanto los aspectos, al parecer sólo negativos y peligrosos, de las enfermedades. Muchos padres, ignorando la relación de los hechos fundamentales entre sí, exigen del médico que elimine la fiebre con la mayor rapidez posible y algunos, neciamente, incluso juzgan la aptitud de aquel en función de la velocidad con que logre reducirla o extinguirla. Esta actitud tiene su orígen en la falsa suposición de que la fiebre es una enfermedad en sí misma.

En efecto, hoy en día el mercado ofrece numerosos medicamentos por medio de los cuales el médico está en condiciones de disminuir, e incluso eliminar la fiebre en el término de pocas horas. Pero, lamentablemente, se le presta muy poca atención al hecho de que se hace cada día más necesario poner en el mercado nuevas "drogas prodigiosas" más potentes, debido a que las anteriores dejan de surtir efecto. Sin embargo parece ser que la relación "drogas peligrosas - eliminación de la fiebre - curación" carece de fundamento. A qué se debe, si no, el que a pesar de todo los médicos cada día tengan más trabajo y los hospitales no den abasto? Sin duda alguna, gran número de enfermedades en estado agudo pierden rápidamente su carácter violento gracias a esa clase de medicamentos, pero después de estos tratamientos se ve con frecuencia que el paciente no ha sanado en la verdadera acepción de la palabra -no se restablece del todo- aquejándole, a veces muy pronto, otro tipo de trastornos, pues los anteriores no han sido curados realmente, sino sólo tratados sintomáticamente, es decir, reprimidos.

El motivo de que se presenten más y más enfermedades sin estados febriles, tal como se observa hoy en día, no residirá quizás en que el hombre ha perdido el hábito de generar la "fiebre curativa" a raíz del empleo de medicamentos violentos? Sea como fuere, es un hecho indiscutible que el hombre civilizado apenas conoce en la actualidad la sensación de disfrutar de plena salud, se encuentra en un continuo estado de "suspenso" entre una especie de "semienfermedad" y "semisalud".

Hasta hace poco esta evolución se había limitado a los adultos. Sin embargo, es de lamentar que los "éxitos" médicos descritos se vayan extendiendo paulatinamente a grupos de individuos de edades cada vez menores, es decir, a escolares e incluso a párvulos y lactantes. Hay actualmente niños de dos o tres años que no responden a estos tratamientos, debido a que han tenido ya amplio contacto con los antibióticos existentes, y como los diversos gérmenes se han ido haciendo resistentes a tales medicamentos, la fiebre no se deja reprimir. Cada dos o tres semanas vuelven a presentar alguna enfermedad febril aguda. En ese momento se puede percibir la desesperada vehemencia con la que el niño que ha nacido sano desea experimentar y hacerle frente a una enfermedad, aunque sólo sea por una vez. Ese niño está vacunado contra todo, pero a pesar de ello, quiere ponerse a prueba a sí mismo en una enfermedad, quiere que le dejen hacer uso de sus propias capacidades curativas para fortalecer con ello su constitución.

Es obvio que en los casos de abuso de medicamentos nos encontramos ante manifestaciones degenerativas de nuestra civilización, degeneraciones que, por el momento, aún no constituyen normas. Pero tampoco cabe duda de que estas tendencias van en ascenso, de que el número de esos desdichados niños es ya enorme y de que seguirá en aumento.


Del sentido de la fiebre

En la historia de la Medicina probablemente no haya habido ningún gran médico que no haya instruido a sus discípulos con gran énfasis en el hecho de que la fiebre no es una enfermedad sino algo semejante a un arma, de la que dispone y que produce el enfermo en su lucha contra la enfermedad. Para el médico que trata a sus pacientes aplicando principios biológicos, este concepto es obvio y en los últimos tiempos ha sido totalmente confirmado por la Medicina Académica. El profesor O. Westphal de Friburgo, quien ha vuelto a investigar los procesos febriles, dice al respecto: "La fiebre es sólo uno de los síntomas de una enfermedad. Hoy sabemos con toda certeza que la fiebre en sí es todo lo contrario de una enfermedad, es decir, que la fiebre es parte de los mecanismos de defensa del organismo contra las enfermedades infecciosas."

Ya hemos destacado que se pueden presentar complicaciones y recaimientos y, ante todo, una reconvalescencia prolongada, a raiz de hacer desaparecer la fiebre prematuramente, sin combatir la enfermedad en sí en forma curativa. Además, extinguiendo la fiebre antes de tiempo, el organismo, con frecuencia, no genera inmunidad alguna contra esa determinada afección, de modo que, por ejemplo, una escarlatina cortada con antibióticos puede reincidir varias veces. Y es que el cometido real del médico no debe consistir en mitigar la fiebre, sino que sus esfuerzos deben dirigirse a la vigilancia de su evolución biológica, permitiéndole ejercer su función de factor beneficioso. Se sobrentiende que toda enfermedad puede presentar una evolución grave. En esos casos la naturaleza del tipo de fiebre pone en manos del médico importantes indicios para diagnosticar precozmente tales situaciones. Por lo tanto, es necesario consultar al médico cuando se presenten temperaturas altas, con el fin de que vigile el curso de la fiebre.

Sin embargo, es imprescindible que la persona que está al cuidado del enfermo esté persuadida de la acción benéfica de la fiebre y sepa que una potente reacción febril ayuda al paciente a restablecer la armonía perdida entre los procesos que tienen lugar en su organismo. La inquietud interior inherente al temor a la fiebre y sus complicaciones, de las que quizás se haya oído hablar en alguna oportunidad, se transmite lamentablemente con demasiada rapidez al paciente, dificultando con ello los procesos de curación.

Estas consideraciones son aplicables muy en especial a los estados febriles de los niños. Hay niños vigorosos que presentan temperaturas hasta de 41 grados y a los dos o tres días están completamente sanos. Los padres que tienen experiencia ya han aprendido a recibir con agrado los estados de alta fiebre que acompañan a las afecciones agudas, como la gripe, anginas, o las enfermedades infecciosas infantiles -principalmente el sarampión y la escarlatina. Reconocen en ellos el gran vigor con el que sus hijos se defienden de la enfermedad.

Igual que todas las crisis por las que se atraviesa en la vida, también la fiebre viene frecuentemente acompañada de manifestaciones desagradables. Puede causar una considerable afluencia sanguínea al cerebro con dolores de cabeza bastante fuertes. Se sobrentiende que, o bien el médico o bien la madre, intentarán detraer la sangre de la cabeza, ya sea con compresas frías en las pantorrillas, o poniéndole al niño medias mojadas, o haciéndole lavados de agua tibia con vinagre.

También hay que tener en cuenta el hecho de que algunas enfermedades se tornan sólo peligrosas cuando presentan alguna inflamación sin la alta fiebre correspondiente. La fiebre es, por consiguiente, una exteriorización plena de sentido de la vitalidad del enfermo.

Con respecto al problema de las vacunaciones

Partiendo de lo expuesto, nos encontramos ante un nuevo aspecto de la gran responsabilidad que debemos asumir al vacunar, sin reflexionar, a nuestros niños contra todas clase de enfermedades infantiles. Nuestro concepto de que cada una de las enfermedades infantiles desempeña una profunda misión en el destino evolutivo de la personalidad, demuestra que el eliminar artificialmente las posibles enfermedades no es tan beneficioso, y de ningún modo tiene aspectos tan positivos, como se desea ver hoy en día.

Sin embargo, si con continuas vacunaciones evitamos al organismo del niño la típica controversia con las enfermedades infantiles, tan beneficiosa en la mayoría de los casos, asumimos en pago -según Rudolf Steiner-, en nuestra función de médicos y de educadores, la obligación de activar y armonizar las fuerzas anímicas de nuestros niños con medidas pedagógicas adicionales, tal como se hace por ejemplo en la pedagogía de las Escuelas Waldorf.
Por otra parte, el educador deberá tener conciencia de que toda medida pedagógica provoca reacciones. Así como, por ejemplo, los accesos de cólera de un padre, o la educación exclusivamente intelectual del colegio, debilitan y perjudican el organismo infantil, la formación del individuo dirigida a cultivar y desarrollar su intelecto en equilibrio armonioso con su centro emocional y su voluntad, actúa fortaleciendo la relación entre el cuerpo y el alma y acrecienta con ello la resistencia del organismo contra las tendencias patológicas.

Aquél que comprenda el encadenamiento fundamental aprenderá a ver los maravillosos procesos de la fiebre con otros ojos. Los observará con esmero y atención, pero ya no tratará de intervenir prematuramente y de manera abrupta en el curso de la curación partiendo de estrechos temores. El lugar del temor lo ocupará la admiración hacia estos sabios procesos de la naturaleza, así como la confianza en las fuerzas vivas de cada ser humano en desarrollo, que está tratando de abrirse paso hacia su corporeidad de las más variadas e individuales maneras.

Contacto: consultas@drgrines.com.ar

Extraído de la página de Sergio Grines. Link al artículo.

6 comentarios:

Espina Dorsal dijo...

Gracias Turca!
Está bueno esta descripción de lo que significa la fiebre y las enfermedades como el sarampión.
Lo único que yo agregaría es un ejemplo claro de lo que una enfermedad de este tipo entrega a los niños, porque es muy común que después de unos días de fiebre, el niño se vea más grande, más resuelto, en definitiva distinto. Ese es un claro ejemplo (simple de ver al ojo humano y sensible)de que "algo" sucede durante la fiebre. Este niño se está independizando de sus padres, está "quemando" lo heredado....
Saludos y gracias!

Astrágalo dijo...

Yo conozco a una persona que con siete años, por culpa de la fiebre alta se le revento el nervio optico y esta ciego.... hay que bajar la fiebre a los niños, digan lo que digan.

Un abrazo.

Verónica Tirados dijo...

Hola Turca: devolviendo tu visita a mi blog. Gracias por tus palabras.

El tema del post está muy interesante y lleva a buscar equilibrios entre diferentes concepciones. Y también entre las diferentes creencias y miradas de los padres. Para pensar..

Nos seguimos leyendo.

Vero

tia elsa dijo...

Es un tema muy interesante y es verdad los médicos de antes no eran proclives a combatir la fiebre porque está es una defensa del organismo, sólo si llegaba a 39º era preocupante por las convulsiones. El uso abusivo de los medicamentos nos debilita cada vez más. Es para tener en cuenta y volver a la cama, al tecito y al reposo que en muchas casos las enfermedades se curan solas.

bsascultural dijo...

hola Turca, muchas gracias por pasar por nuestro blog, esperamos que te gusten nuestras demás publicaciones.
Muy interesante el tema que planteaste en tu blog. Me encanto lo que pusiste acerca de buscar el bienestar de tus hijos :)
Un saludo grande!!

bsascultural-

bsascultural dijo...

(lo del bienestar de tus hijos lo lei en el perfil, perdon que no especifique)