Las ilusiones alrededor de las Navidades de nuestra infancia duraban un año entero. Escribíamos nuestras cartas con esmero, esperando que ese ser mágico vestido de rojo atienda nuestros anhelos. A veces redactábamos “que mi madre no sufra más”, “por favor, que mi padre deje la bebida” y también “quisiera un hermoso vestido”. Claro que había pedidos de regalos costosos, imposibles de ser adquiridos por personas de carne y hueso como los padres de uno. Por eso el pedido era fascinante. Si por casualidad se cumplía, era por gracia de un ser superior.
Más allá del sentido religioso que podía tener para las personas mayores, la Navidad era una fiesta para los niños, porque el mundo brillaba como en un cuento de hadas. Era el momento de cumplir algún sueño y hasta teníamos la fantasía de que todos éramos un poco más buenos. La alegría era inmensa al recibir finalmente un regalo. Uno. Inolvidable.
Hoy la magia tiene más relación con Internet que con descubrir a Papá Noel. Los hechizos duran apenas unos segundos apabullados por la publicidad. El consumo desenfrenado nos induce a comprar y comprar y comprar regalos costosos. Regalos para los niños, para los grandes, para los vecinos, los sobrinos, los nietos, las nueras y los yernos. Usamos nuestras tarjetas de crédito hasta el límite del hartazgo para juguetes, ropas, zapatos, electrónica, o vacaciones.
Posiblemente cuando nuestros hijos sean mayores, no recuerden nada especial en relación a las Noches Buenas. Hoy se convirtieron en cenas fastuosas a las cuales arribamos agotados, tras recorrer centros comerciales, endeudados y a disgusto. Es posible que algo de toda esta vorágine nos deje una sensación de sin sentido cuando se supone que debería ser una época de reflexión y encuentro.
Quizás sea la ocasión perfecta para hacer pequeños movimientos que nos satisfagan más y que llenen de sentido esa noche tan especial. Tal vez podamos instalar cierta intimidad, reunirnos con pocas personas muy allegadas y regalar a cada uno un escrito colmado de agradecimientos. Y para los niños, claro que habrá algo fuera de lo común, algo soñado, esperado, imaginado y en lo posible no muy caro. Los niños tienen derecho a recibir unas palabras que nombren lo orgullosos que sus padres están de ellos y una hermosa carta escrita por Papá Noel felicitándolos por sus virtudes, firmada con letra dorada.
La Navidad puede volver a ser mágica. Todos nosotros estamos en condiciones de ofrecer a los niños pequeños una noche especial, llena de sorpresas y de encanto. Es una sola noche al año. Todas las demás estamos cansados, hartos de nuestras rutinas. Y ese fastidio cotidiano, no hay juguete que lo transforme. Aprovechemos el confort que hemos adquirido, pero agreguemos nuestros recursos emocionales. Un poco de calma, buena música y disponibilidad afectiva, son regalos insuperables.
Laura Gutman
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2 comentarios:
preciosa reflexión! gracias por compartirla!!!
un beso y feliz navidad
la semana pasada le decia a Gus que eran un bajón las fiestas y bla bla bla. él me recordó que cuando era chico, la nochebuena era muy emocionante porque estaba junta toda la familia y que esa reunion lo hacia sentir bien, querido, acompañado.
pensé en que a mi me pasaba lo mismo. quería ponerme mi mejor vestido, estar sonriente y observaba a todos con pasión.
él me pidio que pensáramos entonces en los niños que nos rodean y con los que compartiremos el 24 en especial nuestra hija) y que le demos una noche especial.
asi que Gutman, estamos con vos en esta.
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