Este
texto ha sido tomado del libro ¨La Forma Humana¨ de Alberto Díaz Goldfarb y
Liliana Elsa Luque, Pluma y Papel Ediciones, 2001, Buenos Aires,
Argentina.
Digitalizado por Germana Martin y Omar Pereira para
Palabra Chamánica.
Aquí el link.
Frederick Leboyer nació en la primera década del
siglo XX.
Médico obstetra francés, graduado en la Universidad
de París. Recibió la llegada al mundo de más de diez mil bebés, observó y
estudió las prácticas de parto en diferentes culturas. Esto lo lleva a
formularse las siguientes preguntas:
¿Por qué
un niño debe venir de la tranquila oscuridad de la madre a un tormento de luces
brillantes?
¿Por qué debe un niño respirar por primera vez con
miedo, colgando de su espina dorsal, cabeza abajo?
¿Por qué
un niño debe ser inmediatamente separado de su madre si está durante nueve meses
dentro de su cuerpo que lo contiene?
La
publicación de su libro llamado ¨Por un nacimiento sin violencia¨, promueve una
lenta, pero progresiva revolución, que insta a tener en cuenta el proceso del
nacimiento desde el punto de vista del niño.
En la
primera parte de esta obra, intenta, utilizando los símbolos del lenguaje de un
modo un tanto poético e impactante, aproximarnos a la vivencia del nacimiento
tal como la experimenta el bebé.
En la
segunda, muestra en forma persuasiva cómo pequeños cambios en el modo de recibir
a los bebés, tienen gran alcance para cambiar la calidad de vida del hombre,
tanto física, emocional y espiritual.
El autor
nos invita en su libro, a acercarnos al mágico momento del nacimiento del
siguiente modo:
¨¿Decís que
no habla el recién nacido?
Venid,
contempladle.
¿Hacen falta
más comentarios?
Esa frente
trágica, ojos cerrados, cejas arqueadas, preñadas de
dolor...
Esa boca herida por el llanto, esta cabeza levantada
hacia atrás que pugna por escapar...
Esas manos,
ora tendidas y suplicantes, luego a la cabeza, ese ademán de
calamidad...
Esos piés que
patalean furiosamente, esas piernas encogidas para proteger su frágil
vientre...
Esta carne, presa de espasmos, sobresaltos,
sacudidas...
¿No dice nada
el recién nacido?
Es todo su
ser el que nos grita, su cuerpo entero el que nos
brama:
¨¡No me toques! ¡No me
toques!¨
al mismo tiempo que implora,
suplica:
¨¡No me abandones! ¡Por favor,
ayúdame!¨
¿Existe otra llamada más
desgarradora?
Y esta
llamada que siempre ha lanzado el niño a su llegada, ¿quién la comprende, quién
la escucha, quién simplemente le oye?
Nadie.
¿No hay aquí
un gran misterio?
¿No habla el
recién nacido?
No, no. Somos
nosotros quienes no le escuchamos.¨...
(Leboyer,
Frederick, ¨Por un nacimiento sin violencia, Ed. Daimon, Barcelona, España,
1974, pags. 17, 22 y 23)
Opina, al
igual que como se dijo ya hace mucho tiempo, que nacer es sufrir y que el
verdadero horror de nacer, es la intensidad, la inmensidad de la experiencia, su
sofocante riqueza.
Contrario
a quienes dicen que el recién nacido no siente nada, Leboyer expresa que el bebé
lo siente todo.
¨Todo,
absolutamente, sin elección, sin filtro, sin discriminación. La enorme marejada
de sensaciones que le arrastra al nacimiento sobrepasa cuanto podamos imaginar
los adultos. Es una experiencia sensorial tan amplia, que ni siquiera podemos
concebirla. Los sentidos del recién nacido funcionan, ¡y de que manera! Poseen
la agudeza, el frescor de la juventud. ¿Qué son nuestros sentidos comparados con
los de un animal? Proporcionalmente, nuestra piel sería casi tan sensible como
la de un cocodrilo o un rinoceronte.¨...
(Leboyer,
Frederick, Op. cit., pág. 32)
Como las
sensaciones no están aún organizadas en percepciones ligadas entre sí, se hacen
más fuertes, más intolerables.
Contradice
las teorías que expresan que el recién nacido no ve, que es ciego. Fundamenta
que si ver es componer imágenes mentales partiendo de lo que captan los ojos,
entonces el recién nacido no ve. Pero si ver es percibir la luz, entonces el
bebé sí ve, y muy intensamente.
¨De pronto,
ese pequeño ser de vista tan delicada, es expulsado de su caverna oscura. Sus
ojos, expuestos a la cruda luz de la sala. El niño lanza su grito desgarrador.
No es para menos. Acaban de quemar sus ojos.¨...
(Leboyer,
Frederick, Op. cit., pág. 34)
¨¡Desdichada
criatura, el recién nacido! Cierra los ojos... ¿de qué le sirve la frágil, la
transparente barrera de sus párpados?
¿Ciego el
recién nacido?
¡Cegado!¨...
(Leboyer,
Frederick, Op. cit., pág. 35)
El recién
nacido tiene la piel fina, casi sin epidermis, Leboyer compara la sensibilidad
de este estado como a la de una quemadura.
¨El infierno
es lo que atraviesa el niño para llegar hasta nosotros. Pues este fuego que
asalta al bebé por todas partes, que abrasa su piel, quema sus ojos, esta
lumbre, penetra en su interior hiriéndole con furia lo más profundo de sus
carnes.
Ascuas, insufrible quemadura es la herida que el aire
le produce al henchir sus pulmones. Los ojos del bebé son sensibles, su piel es
sensible. Sus mucosas lo son mucho más todavía.
El aire que
penetra y barre la tráquea, que despliega los alvéolos, causa el mismo efecto
que un ácido vertido en una llaga.¨...
(Leboyer,
Frederick, Op. cit., pág.38)
¨Mordido en
sus entrañas, todo su ser agita.
Todo en él se
estremece, se horroriza, se crispa.
Todo se
cierra, rechaza, escupe.
Todo trata de
enfrentarse al enemigo.
¡Y se produce
el llanto!
El primer llanto que representa un hito, que celebra
el comienzo de una nueva vida.
Este llanto
es un ¡NO!, un vehemente reproche, una protesta del alma. Un sollozo desesperado
como impotente, porque ¨es necesario¨.
Es necesario
respirar una vez, y otra y otra. Y quemarse las entrañas más y más, y
más.¨...
(Leboyer, Frederick, Op. cit., pág.
39)
El
niño recién nacido, está loco de angustia, en un paroxismo de confusión y
abatimiento, de aflicción. Cuando le toman de los piés, cabeza abajo, le invade
un nuevo vértigo, nuevo horror; luego le ponen colirios en sus ojos y aunque se
resista cerrándolos, el líquido abrasador llega lo
mismo.
El temblor, el hipo, la fatiga no le desaparecen,
ocurre entonces algo extraordinario:
¨... ahíto de
lágrimas, de ahogos, de penas, el bebé se evade.
No se marcha
lejos.
Sus piernas no le ayudan.
Pero se hunde
en sí mismo.
Se
repliega.
Se hace un ovillo,
se
acurruca.
Flexiona los brazos, las
piernas.
Recobra la posición
fetal.
Simbólicamente se refugia en el
útero.¨...
(Leboyer, Frederick, Op. cit., pág.
51)
¨Nacer es
así.
Este es el suplicio, el calvario, el tormento de un
inocente que no sabe hablar.
¡Creer que de
un cataclismo así no va a quedar ningún vestigio!
¡Qué
candidez, qué simpleza!
Por doquier
veremos sus huellas en la piel, en los huesos, en el vientre, en la
cabeza,
en la locura,
en nuestra
enajenación, nuestras torturas; en la servidumbres
nuestras,
en las leyendas, en las
epopeyas
y en los grandes mitos.¨...
(Leboyer,
Frederick, Op. cit., pág. 52)
Todo
cuanto se ha dicho, es terrorífico, el autor expresa que somos los adultos
quienes debemos aprender a recibir en mejores condiciones al recién nacido, por
ejemplo, empezando con la vista, en la sala de parto, es innecesario tener
reflectores, o por lo menos es innecesario en el momento mismo que el bebé está
saliendo.
Resalta como importante:
- La
penumbra, es lo ideal en este momento y es preferible que la madre descubra a su
hijo, primero por el tacto, que sienta sus formas antes de verlo, que sienta la
emoción de la carne en sus manos, no a través de su juicio mental, que abrace a
su bebé antes de contemplarlo.
- Se debe
hablar en susurros, sus oídos son sumamente sensibles, los ruidos los hieren
fácilmente.
- Se debe
estar ahí, dado que los adultos estamos siempre en otra parte, en otro momento,
en el pasado o en un proyecto futuro, debemos lograr estar ahí, con una atención
apasionada.
¨Al venir al
mundo, el recién nacido cae en el reino de los opuestos, donde todo es bueno o
malo, alegre o triste, agradable o desagradable, seco o mojado... Descubre
entonces los contrarios, tan antagónicos como
inseparables.
¿Cómo penetra
el niño en este reino de los contrarios?
¿Mediante sus
sentidos? No, esto se producirá más tarde.
El niño llega
a este reino por su respiración. Al inspirar el aire por primera vez, pisa un
umbral. Y lo franquea. Ha entrado.
Inspira. Y de
esa inspiración nace su opuesto: la espiración.¨...
(Leboyer,
Frederick, Op. cit., pág. 74)
El autor
expresa que hasta ese momento la sangre circulaba por el cordón, ahora, se
aventura hasta los pulmones. Al respirar, al oxigenar la sangre por sus propios
medios, se afirma a sí mismo.
Al nacer,
el niño es mantenido con el cordón mientras éste late, es así oxigenado por dos
vías; mientras una va sustituyendo a la otra, el cordón, late con fuerza unos
cuatro o cinco minutos. Oxigenado por este cordón, sin peligro de anoxia, el
niño puede irse adaptando a la respiración pulmonar sin peligro y sin daño. El
niño así, casi no llora, no es presa del pánico de verse privado de oxígeno. El
niño grita, por el ardor del aire en los pulmones, generalmente se hace una
pausa, sigue respirando por el cordón hasta que nuevamente lo intenta,
vacilante, prudente, con frecuentes pausas, se toma su tiempo, porque respira
por el cordón, y de la quemadura, soporta el tiempo que
tolera.
¨Al nacer un
niño ¿es preciso que grite?
Sin
duda.
Mas el llanto, el sollozo, no están
justificados.¨...
(Leboyer,
Frederick, Op. cit., pág. 83)
Sólo
entonces, cuando el cordón ha cesado de latir, se secciona. Cada bebé, posee ya
su carácter, su personalidad:
¨Los hay que
apenas salidos, se estiran audazmente, arquean el busto hacia atrás, con los
brazos extendidos.
Son niños
fuertes. Se instalan como reyes en su nuevo dominio. Su columna vertebral se
endereza de repente, como un arco tendido con fuerza, al soltar la
flecha.
Ocurre a veces, que turbados por la violencia del
choque, asustados de su propia osadía, dan marcha atrás, se repliegan, se
cierran.
Otros, hechos un ovillo al principio, van abriéndose
progresivamente.
Abordan con
prudencia su aventura.¨...
(Leboyer,
Frederick, Op. cit., pág. 88)
¨La cabeza es
mejor no tocarla. La tienen extremadamente sensible, puesto que ha jugado la
peor parte en el infernal drama del nacimiento. Tuvo que abrirse camino con
ella. El menor roce despertaría dolorosos
recuerdos.¨...
(Leboyer, Frederick, Op. cit., pág.
92)
El autor
opina que al nacer el niño debe ser colocado sobre el vientre de la madre, con
la columna vertebral sin extender, de costado. La columna estuvo mucho tiempo
doblada, debe enderezarse de a poco. Luego, debe ser llevado al agua, a 38 o 39
grados, a medida que el bebé se hunde, la pesantez se anula. El niño pierde otra
vez el cuerpo que le abruma, ese cuerpo nuevo y su secuela de
angustias.
Cuando el niño emerge, nuevamente le aguarda la
gravedad. El peso de su propio cuerpo, y es posible que nuevamente se le
introduzca, para que se vaya acostumbrando de a poco a todo lo
nuevo.
¨Para
evitarle el miedo al recién nacido es preciso irle desvelando el mundo con
lentitud infinita, de un modo muy progresivo. Y no proporcionarle más
sensaciones nuevas que aquellas que pueda soportar y
asimilar.¨...
(Leboyer, Frederick, Op. cit., pág.
154)
¨Asimimo,
cada niño nos llega con su temperamento, su carácter, su herencia y su
destino.
Cada uno reacciona a su manera. Y es asombroso
comprobar hasta que punto es único y diferente.
Pero lo
cierto es que aún siendo cada uno único y diferente, todos los recién nacidos
pasan por las mismas etapas que conducen de lo cerrado a lo abierto, del
repliegue sobre sí mismo al contacto con el mundo.
Camino que
cada bebé recorrerá a su manera.¨...
(Leboyer,
Frederick, Op. cit., pág. 160)
¨Vivir es
respirar libremente. No con el tórax solamente. Sino también con el vientre, con
los flancos, con la espalda.¨...
(Leboyer,
Frederick, Op. cit., pág. 163)
¨Para que
todo viva y respire libremente se precisa un espinazo recto, una columna
vertebral libre. Y ligera, dinámica, flexible.
¿Se ha dicho
que los enfermos mentales son incapaces de efectuar una inspiración
profunda?
Basta el menor bloqueo a lo largo de la columna
vertebral, para que la respiración se altere, y con ella la
vida.
Ahora bien. En el momento de nacer es cuando se
organiza la respiración. Y sus futuros bloqueos.
Esta
organización, esa estructura quedan selladas para
siempre.¨...
(Leboyer, Frederick, Op. cit., pág.
164)
A
partir de la divulgación de su libro, llega a Occidente una técnica de masaje
para el bebé, hoy internacionalmente conocida bajo el nombre de
Shantala.
Shantala es el nombre de una joven mamá que
masajeaba naturalmente a su hijo en las calles de Kerala, una población ubicada
al sur de la India. Frederick Leboyer, quedó impactado y maravillado frente a
esta práctica y se dedicó a observarla detenida y
respetuosamente.
Este
masaje-caricia es un arte antiguo, simple y profundo; es mucho más simple que un
masaje. Es un encuentro entre dos seres que se comunican a través de la mirada,
del contacto y a través de las manos de quien lo imparte (habitualmente es la
mamá o el papá). El bebé recibe así el alimento afectivo, ya que no sólo su
panza necesita alimento, toda su piel, todo su ser está sediento de amor, de
caricias.
Este masaje permite que la energía de la mamá y el
bebé circulen, se intercambien y armonicen. El bebé así recupera aquellas
primeras sensaciones que tenía dentro del vientre de su madre, ese movimiento
que acariciaba su piel dándole paz y contención. Ahora, afuera de la panza,
serán las manos de la madre las que le van a transmitir calor, seguridad,
contención, ritmo, movimiento y energía. El masaje los ayudará a mantener la
unión inicial.
Teniendo en cuenta que éste es un momento de unión
y comunión muy especial, es importante crear condiciones adecuadas para el
encuentro. El lugar deberá ser confortable y ventilado, puede ser una habitación
cálida o en días templados al aire libre. Es conveniente un espacio silencioso y
tranquilo ya que el diálogo se dará a través de la mirada, el tacto y la
energía.
Es conveniente untarse las manos con un aceite
natural, preferentemente vegetal antes de comenzar el masaje. La técnica es de
una gran precisión y tiene una secuencia que es necesario respetar para
descargar y luego armonizar todo el cuerpo del bebé. Es recomendable hacer
seguir la sesión de Shantala de un baño, dejando al niño flotar; el agua
completará el efecto placentero y relajante del masaje.
¨Lentamente
aprenderemos a disfrutar del lenguaje del silencio. El silencio ayuda a la
concentración y a aprender a comunicarse de otra manera. Al bebé le hablaremos
todo el tiempo sin palabras, con las manos, con los ojos, con todo el ser. Hay
que dejar que fluya ese lenguaje que será cada vez más íntimo, más profundo.
Esto es algo que habitualmente nos cuesta ya que estamos acostumbrados a hablar
con palabras pero a medida que ambos, mamá y bebé comparten este lenguaje de las
caricias a través del masaje, las palabras se vuelven innecesarias y ambos
disfrutan de las sesiones naturalmente en silencio.
Las manos
suaves y ligeras al comienzo irán pasando lentamente la fuerza, sin hacer
fuerza. Uno se transforma en un instrumento, un medio que deja pasar la energía
con suavidad y firmeza, con una actitud distendida, abierta y atenta. Dejando
las manos relajadas, cuanto más distendidas estemos, tanto mejor pasarán la
fuerza y la ternura. Hacer una breve relajación, una respiración profunda que
nos ayude a conectarnos con nuestro interior suele ser un buen
comienzo.
El Shantala produce un clima especial en el ambiente,
quien ha presenciado una sesión lo siente. El bebé ser relaja y la madre
también. El encuentro entre las miradas, la sincronización de los ritmos mutuos,
la sintonía que se produce no deja de maravillarme.
Siento que
hay algo mágico en cada encuentro, como si el tiempo se detuviera a medida que
el masaje se va haciendo más lento y profundo. Se vuelve fácticamente observable
esa simbiosis, esa unión, esta unidad mamá-bebé, que tantos han descripto
teóricamente.
La sensación
es que la mamá y el bebé forman un todo, por unos minutos son un
todo.
Es muy gratificante para mí transmitir este saber, ya
que si bien estoy fuera de esta unión recibo una energía que distiende, que
transmite una serena paz y alegría.
Quien lo da
recibe también los beneficios del masaje. Por lo que habitualmente, tanto la
madre como el bebé, terminan muy distendidos y calmos. Es una ida y
vuelta.¨
(Villén Mariana, Revista
Mamando)
miércoles, 14 de noviembre de 2012
martes, 30 de octubre de 2012
LO QUE HACEN LAS DOULAS… (Cuando parece que no hacen nada)
Las doulas somos mujeres conocedoras de los mundos sutiles femeninos, de lo que se mueve arriba y abajo, de los ciclos y las lunas, de las estaciones, del útero y su función, de la importancia de relajar y soltar... Somos conocedoras de la importancia de soltar (se), para abandonar el pasado y abrirse a lo desconocido que ha de llegar, p...
La doula busca el fortalecimiento de los dones de la mujer a la que acompaña, no su sombra. Busca que ella se sienta (diosa) madre, le recuerda lo que ya lleva impregnado en sus células: que sabe parir y criar como lo hicieron todas las mujeres la precedieron. La doula le recuerda a la madre su conocimiento ancestral. Estamos ahí para eso: para ayudar a recordar, sólo eso. Somos un espejo donde queda reflejado un conocimiento ancestral.
Y además la doula, sabe de hierbas y de ungüentos, de especias y de cocina, de aceites y esencias, de pañales y mochilas, de protocolos de parto, de hospitales y ginecólogos, de libros y películas, de diosas y de terapias, de grupos de crianza, de webs y blogs, de grupos de madres, de escuelas libres, de homeshooling, de lactancia a demanda, de pediatras enrollados, de vacunas, de alimentación complementaria, de Facebook y Twitter, de baby led weaning, del concepto del continuum.............................................
Las doulas, en definitiva, sólo somos mujeres que acompañamos a las mujeres a gestar, parir y criar.
http://www.maternidad-consciente.blogspot.com.es/2012/10/lo-que-hacen-las-doulas-cuando-parece.html
orque sabemos que el parto es ese momento justo de dejar morir el pasado para que nazca lo nuevo.
Somos conocedoras de lo antiguo, sabemos de la importancia del linaje femenino, de las abuelas, las bisabuelas y así hasta la primera mujer: Lilith, la portadora de los opuestos, de la luz y la sombra. Somos sabedoras de que eso es la maternidad: un claroscuro de luces, a veces brillantes y centelleantes y otras oscuras y húmedas. Conocemos el ‘Río bajo el Río’ que diría Pinkola. Y sabemos salir de él. Eso lo hemos aprendido. Y eso es lo que podemos mostrar: iluminar a nuestras mujeres ese camino por el cual nosotras ya hemos transitado.
Las doulas hemos recorrido un camino, un importante camino. Sabemos lo que es la entrega, la escucha, la mirada de aceptación, el tacto, el cariño, el no-juicio. Sabemos lo que es un parto, y sabemos el potencial ilimitado de crecimiento personal que esa experiencia puede llegar a ser. Eso lo sabemos muy bien pues lo hemos experimentado en nuestras propias carnes. Todas y cada una de nosotras tiene su(s) historia(s) de parto personal, la que le ha otorgado lo que es hoy.
Las doulas somos como las hadas, y los ángeles, aparecemos en el momento oportuno para cambiar una historia. Porque sabemos de la magia del vínculo y de las primeras horas, de preservar ese momento como si fuera oro. Y de la magia del pecho materno, alimento y consuelo, sin lugar a dudas, el mejor lugar.
Somos conocedoras de lo antiguo, sabemos de la importancia del linaje femenino, de las abuelas, las bisabuelas y así hasta la primera mujer: Lilith, la portadora de los opuestos, de la luz y la sombra. Somos sabedoras de que eso es la maternidad: un claroscuro de luces, a veces brillantes y centelleantes y otras oscuras y húmedas. Conocemos el ‘Río bajo el Río’ que diría Pinkola. Y sabemos salir de él. Eso lo hemos aprendido. Y eso es lo que podemos mostrar: iluminar a nuestras mujeres ese camino por el cual nosotras ya hemos transitado.
Las doulas hemos recorrido un camino, un importante camino. Sabemos lo que es la entrega, la escucha, la mirada de aceptación, el tacto, el cariño, el no-juicio. Sabemos lo que es un parto, y sabemos el potencial ilimitado de crecimiento personal que esa experiencia puede llegar a ser. Eso lo sabemos muy bien pues lo hemos experimentado en nuestras propias carnes. Todas y cada una de nosotras tiene su(s) historia(s) de parto personal, la que le ha otorgado lo que es hoy.
Las doulas somos como las hadas, y los ángeles, aparecemos en el momento oportuno para cambiar una historia. Porque sabemos de la magia del vínculo y de las primeras horas, de preservar ese momento como si fuera oro. Y de la magia del pecho materno, alimento y consuelo, sin lugar a dudas, el mejor lugar.
La doula busca el fortalecimiento de los dones de la mujer a la que acompaña, no su sombra. Busca que ella se sienta (diosa) madre, le recuerda lo que ya lleva impregnado en sus células: que sabe parir y criar como lo hicieron todas las mujeres la precedieron. La doula le recuerda a la madre su conocimiento ancestral. Estamos ahí para eso: para ayudar a recordar, sólo eso. Somos un espejo donde queda reflejado un conocimiento ancestral.
Y además la doula, sabe de hierbas y de ungüentos, de especias y de cocina, de aceites y esencias, de pañales y mochilas, de protocolos de parto, de hospitales y ginecólogos, de libros y películas, de diosas y de terapias, de grupos de crianza, de webs y blogs, de grupos de madres, de escuelas libres, de homeshooling, de lactancia a demanda, de pediatras enrollados, de vacunas, de alimentación complementaria, de Facebook y Twitter, de baby led weaning, del concepto del continuum.................
Las doulas, en definitiva, sólo somos mujeres que acompañamos a las mujeres a gestar, parir y criar.
http://
Mònica Manso Benedicto
Doula
27 Octubre 2012, Barcelona.
Doula
27 Octubre 2012, Barcelona.
jueves, 23 de agosto de 2012
Mujeres Hermosas (sabemos parir!)
Hermosas Mujeres
Muchas veces me pongo a pensar en cuál ha sido la razón por la cual estamos tan alejadas de poder relacionarnos con nuestros embarazos y partos de manera natural y fisiológica
Y se me vienen a la mente tantas historias leídas y tantas historias documentadas y también las historias que recibí de mis antepasadas transmitida de boca en boca y llegada a mí a través de mis abuelas y de mi madre, de mis tías y de la línea femenina de una misma….
Esas historias tienen que ver con la idea que dice que el parto es un momento de riesgo, que es un momento de vida o muerte, cuando en sí mismo es la expresión más acabada de la vida y no de la muerte!!! ¡La muerte es el final del camino y no el principio!
Me alarma esta quietud, esta resignación que tenemos en uno de los momentos de más creatividad y luminosidad que puede tener un ser, especialmente un ser femenino que ha tenido la honra de haber sido elegido para que se pueda producir en su cuerpo este proceso fabuloso que es el gestar un bebé en los adentros y poder sacarlo hacia afuera cuando es el momento justo y oportuno.
Ese don femenino, ha sido cuestionado repetidamente desde las estructuras patriarcales y desde las modernas estructuras que llamamos “adelantos científicos”, ya que desde la aparición de aquellos, los partos se han convertido en territorios de profesionales y han dejado de ser territorios femeninos.
El conjunto de mujeres, englobado en aquello que llamamos cultura, hemos sido llevadas mediante el convencimiento subliminal del mensaje académico, al paradigma dominante, cientificista y positivista, que dice que solas no podemos parir, que no sabemos parir, que parir es peligroso y que se necesita la asistencia de la ciencia y la tecnología. Que parir es doloroso, es un momento de sufrimiento que debemos pasar para luego premiarnos con el hijo amado… todos conceptos que refuerzan la idea de que la maternidad es una ofrenda que sumisamente debemos hacer al mundo para ser premiadas con el reconocimiento de la sociedad como seres valiosos (valiosos a partir del sufrimiento, la típica: “ahora sufrís pero te vas a ganar el cielo”…. ¡¡¡Patético!!!)
Entonces, allí vamos, vamos a parir asustadas, inseguras, pensando que tenemos que portarnos bien, que tenemos que aceptar lo que nos digan desde afuera aunque entre nuestras tripas nos resuene como raro, feo, equivocado…., ahí vamos, a parir con indicaciones, a parir con tiempos de reloj que nunca sabremos si son bienintencionados o son tiempos caprichosos que responden a las necesidades de los otros y no a las nuestras, vamos a parir con dolor, con soledad, con resignación.
Creemos que tenemos que pasar malos o incómodos momentos porque es para nuestro bien o para el bien del bebé, cosa que profundiza este concepto de que la madre debe ser un ser que se entrega al otro, que profundiza el concepto de la madre que se sacrifica, un concepto que después desde nuestros inconscientes trasladamos culposamente a nuestros hijos, terrible verdad y terribles consecuencias en la relación que establecemos con ellos…
Y así estamos, acostumbradas a todas estas cosas que de tanto repetirse, año, tras año, década tras década y durante mucho tiempo, hemos concluido que son lo natural, que así es y que es por eso que necesitamos tanto que nos conduzcan y protejan como a niñas indefensas, en esta parte de nuestras vidas donde deberíamos ser las más soberanamente dueñas de nosotras mismas.
Pero de a poco, se van escuchando nuevas voces, voces que cuestionan el orden establecido, voces que preguntan, que buscan…
¿Será porque estamos dejando atrás perversamente a la naturaleza?
¿Será porque el parto natural rodeado de hormonas del amor, es un hecho de la vida de la mujer que está casi en extinción?
¿Será porque los nacimientos del hombre son cada vez más medicalizados y más alejados de la fisiología?
¿Será porque todos los días nacen niños que antes que nada y como prioridad se los separa de sus madres con el fin de estudiarlos y asegurarse de que “están bien”, en vez de propiciar lo que biológicamente es lo mejor, que es estar en contacto inmediato y sostenido por su madre durante todo el tiempo y sin discontinuidad?
¿Será porque las familias se fusionan mejor cuando el apego y los sentimientos maternales y paternales son respetados y estimulados socialmente?
¿Será por esta y otras muchas más razones que hemos empezado a darnos cuanta que algo de toda esta modernidad NO ESTÁ BIEN?
No es lógico que la Creación del HOMBRE haya sido tan imperfecta, que se haya diseñado el cuerpo de las mujeres para ser cortado al parir.
Las mujeres no nacemos con un cierre en el abdomen para facilitar el parto.
Nuestras vaginas se adaptan al tamaño de nuestros hijos y sus cabecitas al tamaño de nuestras vaginas, no es necesario hacer episiotomías a granel.
No es lógico que los bebés se empecinen en querer nacer fuera de los límites del tiempo y que sean necesarias las cantidades siderales de inducciones por estar “pasado de fecha”
No tenemos un reloj tatuado en los pechos para saber cada cuanto hay que dar la teta ni por cuánto tiempo.
No es “racional” pensar que un bebé que recién aparece en el mundo de los ya nacidos sea tan manipulador que desarrolle habilidades como las de “tener caprichos” o “tomarnos el tiempo”, cuando llora por necesidad de estar al pecho de su madre.
¿Será porque nos dimos cuenta que estar embarazadas no constituye una enfermedad, y es por eso que no es necesario más intervenciones ni salvatajes?
¿Será que estamos dispuestas a recuperar el embarazo, el parto y la crianza como cosas que nos pasan a nosotras, las mujeres, a nuestros cuerpos, a nuestros órganos, a nuestros sentimientos, a nuestros deseos?
¿Será que queremos parir y que queremos sentir eso, sí, SENTIR?
Despertemos, mujeres, que Blancanieves después del beso del príncipe encantado, se la pasó fregando el castillo.
¡¡¡Recuperemos lo nuestro!!!
Lorena Ribot, La Plata, Buenos Aires, Argentina.
Extraído de http://www.facebook.com/#!/notes/vos-sabes/hermosas-mujeres/299873766786434
Muchas veces me pongo a pensar en cuál ha sido la razón por la cual estamos tan alejadas de poder relacionarnos con nuestros embarazos y partos de manera natural y fisiológica
Y se me vienen a la mente tantas historias leídas y tantas historias documentadas y también las historias que recibí de mis antepasadas transmitida de boca en boca y llegada a mí a través de mis abuelas y de mi madre, de mis tías y de la línea femenina de una misma….
Esas historias tienen que ver con la idea que dice que el parto es un momento de riesgo, que es un momento de vida o muerte, cuando en sí mismo es la expresión más acabada de la vida y no de la muerte!!! ¡La muerte es el final del camino y no el principio!
Me alarma esta quietud, esta resignación que tenemos en uno de los momentos de más creatividad y luminosidad que puede tener un ser, especialmente un ser femenino que ha tenido la honra de haber sido elegido para que se pueda producir en su cuerpo este proceso fabuloso que es el gestar un bebé en los adentros y poder sacarlo hacia afuera cuando es el momento justo y oportuno.
Ese don femenino, ha sido cuestionado repetidamente desde las estructuras patriarcales y desde las modernas estructuras que llamamos “adelantos científicos”, ya que desde la aparición de aquellos, los partos se han convertido en territorios de profesionales y han dejado de ser territorios femeninos.
El conjunto de mujeres, englobado en aquello que llamamos cultura, hemos sido llevadas mediante el convencimiento subliminal del mensaje académico, al paradigma dominante, cientificista y positivista, que dice que solas no podemos parir, que no sabemos parir, que parir es peligroso y que se necesita la asistencia de la ciencia y la tecnología. Que parir es doloroso, es un momento de sufrimiento que debemos pasar para luego premiarnos con el hijo amado… todos conceptos que refuerzan la idea de que la maternidad es una ofrenda que sumisamente debemos hacer al mundo para ser premiadas con el reconocimiento de la sociedad como seres valiosos (valiosos a partir del sufrimiento, la típica: “ahora sufrís pero te vas a ganar el cielo”…. ¡¡¡Patético!!!)
Entonces, allí vamos, vamos a parir asustadas, inseguras, pensando que tenemos que portarnos bien, que tenemos que aceptar lo que nos digan desde afuera aunque entre nuestras tripas nos resuene como raro, feo, equivocado…., ahí vamos, a parir con indicaciones, a parir con tiempos de reloj que nunca sabremos si son bienintencionados o son tiempos caprichosos que responden a las necesidades de los otros y no a las nuestras, vamos a parir con dolor, con soledad, con resignación.
Creemos que tenemos que pasar malos o incómodos momentos porque es para nuestro bien o para el bien del bebé, cosa que profundiza este concepto de que la madre debe ser un ser que se entrega al otro, que profundiza el concepto de la madre que se sacrifica, un concepto que después desde nuestros inconscientes trasladamos culposamente a nuestros hijos, terrible verdad y terribles consecuencias en la relación que establecemos con ellos…
Y así estamos, acostumbradas a todas estas cosas que de tanto repetirse, año, tras año, década tras década y durante mucho tiempo, hemos concluido que son lo natural, que así es y que es por eso que necesitamos tanto que nos conduzcan y protejan como a niñas indefensas, en esta parte de nuestras vidas donde deberíamos ser las más soberanamente dueñas de nosotras mismas.
Pero de a poco, se van escuchando nuevas voces, voces que cuestionan el orden establecido, voces que preguntan, que buscan…
¿Será porque estamos dejando atrás perversamente a la naturaleza?
¿Será porque el parto natural rodeado de hormonas del amor, es un hecho de la vida de la mujer que está casi en extinción?
¿Será porque los nacimientos del hombre son cada vez más medicalizados y más alejados de la fisiología?
¿Será porque todos los días nacen niños que antes que nada y como prioridad se los separa de sus madres con el fin de estudiarlos y asegurarse de que “están bien”, en vez de propiciar lo que biológicamente es lo mejor, que es estar en contacto inmediato y sostenido por su madre durante todo el tiempo y sin discontinuidad?
¿Será porque las familias se fusionan mejor cuando el apego y los sentimientos maternales y paternales son respetados y estimulados socialmente?
¿Será por esta y otras muchas más razones que hemos empezado a darnos cuanta que algo de toda esta modernidad NO ESTÁ BIEN?
No es lógico que la Creación del HOMBRE haya sido tan imperfecta, que se haya diseñado el cuerpo de las mujeres para ser cortado al parir.
Las mujeres no nacemos con un cierre en el abdomen para facilitar el parto.
Nuestras vaginas se adaptan al tamaño de nuestros hijos y sus cabecitas al tamaño de nuestras vaginas, no es necesario hacer episiotomías a granel.
No es lógico que los bebés se empecinen en querer nacer fuera de los límites del tiempo y que sean necesarias las cantidades siderales de inducciones por estar “pasado de fecha”
No tenemos un reloj tatuado en los pechos para saber cada cuanto hay que dar la teta ni por cuánto tiempo.
No es “racional” pensar que un bebé que recién aparece en el mundo de los ya nacidos sea tan manipulador que desarrolle habilidades como las de “tener caprichos” o “tomarnos el tiempo”, cuando llora por necesidad de estar al pecho de su madre.
¿Será porque nos dimos cuenta que estar embarazadas no constituye una enfermedad, y es por eso que no es necesario más intervenciones ni salvatajes?
¿Será que estamos dispuestas a recuperar el embarazo, el parto y la crianza como cosas que nos pasan a nosotras, las mujeres, a nuestros cuerpos, a nuestros órganos, a nuestros sentimientos, a nuestros deseos?
¿Será que queremos parir y que queremos sentir eso, sí, SENTIR?
Despertemos, mujeres, que Blancanieves después del beso del príncipe encantado, se la pasó fregando el castillo.
¡¡¡Recuperemos lo nuestro!!!
Lorena Ribot, La Plata, Buenos Aires, Argentina.
Extraído de http://www.facebook.com/#!/notes/vos-sabes/hermosas-mujeres/299873766786434
jueves, 16 de agosto de 2012
El embarazo como el mega estadio sexual de los cuerpos
de Maria Llopis - autora del libro "el postporno era eso"
La práctica ginecológica actual trata a la mujer como un mero recipiente que aloja el feto en gestación. La mujer es infantilizada y se le niega el derecho a vivir su embarazo de forma plena, es decir, se le niega el estadio sexual en el que se encuentra. El embarazo es una fase crucial en la sexualidad femenina, y como tal debe ser tratado. Una amplia mayoría de las mujeres que han estado embarazadas afirman que su deseo sexual durante esta época se potenció hasta niveles que nunca antes habían experimentado.
Existen mujeres que han tenido orgasmos durante el parto y mujeres que se corren mientras dan de mamar. El embarazo, el parto y la crianza son estadios sexuales. Negarlos supone una pérdida de nuestro potencial sexual. La ginecología actual y la sociedad en la que vivimos niega de forma rotunda la sexualidad de la mujer, reduce esta al coito con fin reproductivo, ya que cuando queda embarazada, se considera que su sexualidad ya no es importante ni pertinente.
Las relaciones sexuales son prohibidas por los ginecólogos de forma sistemática en el embarazo al menor contratiempo, obviándose que la mayoría de las mujeres sienten unos fuertes deseos de mantener relaciones sexuales durante este estadio. Al mismo tiempo, no existen pruebas científicas que demuestren que sea negativo para la gestación mantener relaciones sexuales. Sólo la penetración genital profunda puede afectar al cuello del útero y consecuentemente causar problemas, pero tampoco está probado que una penetración dentro de los límites de la lógica, sin dolor ni violencia, pueda ser problemático.
Prácticas sexuales como el fisting, en el que se introduce el puño en la vagina o ano, serían de gran ayuda para potenciar la dilatación del canal vaginal y tener así un parto más fácil y rápido. Los ginecólogos deberían recomendar estas prácticas en vez de reprimir la sexualidad de la mujer. Es el orden patriarcal ginecológico el que se interpone entre las mujeres y sus orgasmos.
La activista canadiense Nicole Pino imparte talleres sobre partos orgásmicos en los que explica (a través de su propia experiencia) como con las condiciones adecuadas es posible tener no ya un orgasmo al dar a luz, si no un mega orgasmo, el orgasmo de tu vida. Como nos dice Casilda Rodrigáñez en sus libros La Represión del deseo materno y la génesis del estado de sumisión inconsciente, El Asalto al Hades y La Sexualidad y el funcionamiento de la dominación, un parto puede compararse a un polvo. Un polvo con miedo, con ignorancia sobre tu cuerpo, con pautas impuestas a través de la violencia patriarcal, puede ser una violación y puede consecuentemente ser una experiencia en extremo dolorosa y desagradable. Sin embargo un polvo como tú quieres y con quien tú quieres, puede ser una experiencia de placer extremo. Ambas son polvos, pero no tienen nada que ver, uno es el placer y otro es el dolor. Con los partos estaríamos hablando de lo mismo. Hay dos tipos de partos, los dolorosos y los placenteros. Todo depende de las circunstancias.
Desvinculamos el embarazo, el parto y la crianza de nuestra sexualidad, como si estas fueran meras funciones mecánicas que nuestros cuerpos realizan como quien hace la digestión, ajenas al placer sexual.
La teórica Catherine Blackledge en su libro Historia de la Vagina nos habla de como el orgasmo tiene una función específica en la sexualidad de la mujer además de proporcionar placer: facilitar la fecundación. Mediante las contracciones que se producen en el útero, en la vagina y en el ano, el esperma es sacudido y absorbido para que pueda entrar a través de la cérvix en el útero y fecundar el óvulo.
También nos habla de Aecio de Amida, el médico del emperador bizantino Justiniano, quien señalaba que el temblor del útero durante el coito era un signo inequívoco de embarazo. Cuando me quedé embarazada, lo supe al instante. Sentí un temblor en el útero que me causaba un pacer intenso y desconocido hasta el momento. Y no necesitaba haber leído a Blackledge para saber que algo estaba pasando ahí dentro. La ginecología actual obvia que la mujer pueda saber el momento en el que se ha quedado embarazada.
Todos nuestros problemas en torno a nuestros orgasmos, nuestros partos, en suma en torno a nuestro placer y nuestros cuerpos, vienen de la ignorancia a la que somos condenadas en relación a nuestro potencial sexual. Es una violación sistemática de nuestros cuerpos legitimada por el orden hetero patriarcal.
La práctica ginecológica actual trata a la mujer como un mero recipiente que aloja el feto en gestación. La mujer es infantilizada y se le niega el derecho a vivir su embarazo de forma plena, es decir, se le niega el estadio sexual en el que se encuentra. El embarazo es una fase crucial en la sexualidad femenina, y como tal debe ser tratado. Una amplia mayoría de las mujeres que han estado embarazadas afirman que su deseo sexual durante esta época se potenció hasta niveles que nunca antes habían experimentado.
Existen mujeres que han tenido orgasmos durante el parto y mujeres que se corren mientras dan de mamar. El embarazo, el parto y la crianza son estadios sexuales. Negarlos supone una pérdida de nuestro potencial sexual. La ginecología actual y la sociedad en la que vivimos niega de forma rotunda la sexualidad de la mujer, reduce esta al coito con fin reproductivo, ya que cuando queda embarazada, se considera que su sexualidad ya no es importante ni pertinente.
Las relaciones sexuales son prohibidas por los ginecólogos de forma sistemática en el embarazo al menor contratiempo, obviándose que la mayoría de las mujeres sienten unos fuertes deseos de mantener relaciones sexuales durante este estadio. Al mismo tiempo, no existen pruebas científicas que demuestren que sea negativo para la gestación mantener relaciones sexuales. Sólo la penetración genital profunda puede afectar al cuello del útero y consecuentemente causar problemas, pero tampoco está probado que una penetración dentro de los límites de la lógica, sin dolor ni violencia, pueda ser problemático.
Prácticas sexuales como el fisting, en el que se introduce el puño en la vagina o ano, serían de gran ayuda para potenciar la dilatación del canal vaginal y tener así un parto más fácil y rápido. Los ginecólogos deberían recomendar estas prácticas en vez de reprimir la sexualidad de la mujer. Es el orden patriarcal ginecológico el que se interpone entre las mujeres y sus orgasmos.
La activista canadiense Nicole Pino imparte talleres sobre partos orgásmicos en los que explica (a través de su propia experiencia) como con las condiciones adecuadas es posible tener no ya un orgasmo al dar a luz, si no un mega orgasmo, el orgasmo de tu vida. Como nos dice Casilda Rodrigáñez en sus libros La Represión del deseo materno y la génesis del estado de sumisión inconsciente, El Asalto al Hades y La Sexualidad y el funcionamiento de la dominación, un parto puede compararse a un polvo. Un polvo con miedo, con ignorancia sobre tu cuerpo, con pautas impuestas a través de la violencia patriarcal, puede ser una violación y puede consecuentemente ser una experiencia en extremo dolorosa y desagradable. Sin embargo un polvo como tú quieres y con quien tú quieres, puede ser una experiencia de placer extremo. Ambas son polvos, pero no tienen nada que ver, uno es el placer y otro es el dolor. Con los partos estaríamos hablando de lo mismo. Hay dos tipos de partos, los dolorosos y los placenteros. Todo depende de las circunstancias.
Desvinculamos el embarazo, el parto y la crianza de nuestra sexualidad, como si estas fueran meras funciones mecánicas que nuestros cuerpos realizan como quien hace la digestión, ajenas al placer sexual.
La teórica Catherine Blackledge en su libro Historia de la Vagina nos habla de como el orgasmo tiene una función específica en la sexualidad de la mujer además de proporcionar placer: facilitar la fecundación. Mediante las contracciones que se producen en el útero, en la vagina y en el ano, el esperma es sacudido y absorbido para que pueda entrar a través de la cérvix en el útero y fecundar el óvulo.
También nos habla de Aecio de Amida, el médico del emperador bizantino Justiniano, quien señalaba que el temblor del útero durante el coito era un signo inequívoco de embarazo. Cuando me quedé embarazada, lo supe al instante. Sentí un temblor en el útero que me causaba un pacer intenso y desconocido hasta el momento. Y no necesitaba haber leído a Blackledge para saber que algo estaba pasando ahí dentro. La ginecología actual obvia que la mujer pueda saber el momento en el que se ha quedado embarazada.
Todos nuestros problemas en torno a nuestros orgasmos, nuestros partos, en suma en torno a nuestro placer y nuestros cuerpos, vienen de la ignorancia a la que somos condenadas en relación a nuestro potencial sexual. Es una violación sistemática de nuestros cuerpos legitimada por el orden hetero patriarcal.
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