martes, 16 de marzo de 2010

Un comité de expertos concluye que el parto vaginal es seguro tras una cesárea

*No hay razón para que la parturienta se someta obligatoriamente a una 2ª cesárea
*El panel insta a las sociedades científicas a revisar sus guías de práctica clínica


Reuters | ELMUNDO.es
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Washington.- Tener un parto vaginal después de haber tenido hijos mediante una cesárea es seguro. Esta ha sido la conclusión de un panel independiente de expertos de los Institutos Nacionales de la Salud de EEUU (los NIH), que recomienda que se ofrezca esta "opción razonable" a las gestantes.

El panel señala que a muchas mujeres estadounidenses, incluso aquellas con escaso riesgo de complicaciones durante el parto, no se les ofrece la opción de un parto vaginal. De acuerdo con sus conclusiones, no existe de por sí ninguna razón para que una mujer que se ha sometido a una cesárea se someta obligatoriamente a tal intervención de nuevo si posteriormente quiere tener hijos mediante un parto natural.

Los expertos citan "investigaciones rigurosas" que constatan que intentar un parto natural tiene éxito en cerca del 75% de los casos. Asimismo, los riesgos de mortalidad son menores si a la parturienta se le da la opción de tener un parto natural, incluso si finalmente es necesario practicar una cesárea.

"Las decrecientes tasas de partos vaginales tras una cesárea y las crecientes tasas de cesáreas durante los últimos 15 años parecerían indicar que es preferible planear una segunda cesárea en lugar de intentar un parto [natural]", ha dicho el doctor Gary Cunningham, presidente del panel de expertos de los NIH. De hecho, así lo han sugerido algunos estudios.

"Sin embargo, la evidencia actualmente disponible sugiere un panorama muy diferente: merece la pena considerar intentar un parto [vaginal] y puede ser preferible para muchas mujeres", añade este especialista, que dirige el departamento de ginecología y obstetricia en el Southwestern Medical Center de la University de Texas en Dallas.

El comité de expertos cita dos investigaciones recientes realizadas en EEUU que demostraban que el 30% de los hospitales habían dejado de ofrecer a las mujeres la opción de un parto vaginal si se habían sometido a una cesárea. Algunos especialistas temen que las incisiones de la primera intervención podrían romperse por la presión de las contracciones, poniendo en peligro a la madre y al bebé. Sin embargo, los estudios han mostrado que la tasa de rupturas es inferior al 1%.

Riesgos
"Hay todavía mucho que no sabemos sobre qué mujeres tendrán éxito sometiéndose a un parto vaginal tras una cesárea, pero creemos que es esencial que los deseos y preferencias de una mujer sean respetados en el proceso de decisión", señala Cunningham, según la nota distribuida por los NIH.

La seguridad es la principal preocupación, tanto para la parturienta como para sus sanitarios, al decidir si intentar un parto vaginal o repetir la cesárea. Cada opción implica importantes riesgos y beneficios tanto para la madre y al hijo. Esto supone un profundo dilema porque los beneficios para la mujer pueden implicar mayores riesgos para el bebé y viceversa.

Por ejemplo, las tasas de histerectomía son similares en ambos tipos de parto, mientras que las rupturas uterinas son más frecuentes en mujeres que han intentado un parto vaginal. Sin embargo, la mujer que ha tenido un parto vaginal tras una cesárea sufre menos anomalías en el crecimiento y posición de la placenta en futuros embarazos.

Sin embargo, la falta de evidencias de calidad sobre qué factores médicos y no médicos impide calcular con precisión los riesgos, lo que podría facilitar la decisión de parto natural o quirúrgico. Por eso, los especialistas recomiendan que se lleven a cabo más investigaciones para comprender los factores médicos y no sanitarios que influyen en la decisión del tipo de parto.

En vista de sus conclusiones sobre la relativa seguridad de los partos vaginales tras una cesárea, el panel insta a las sociedades científicas a revisar sus guías de práctica clínica. Actualmente, el American College of Obstetrics and Gynecology no recomienda el parto vaginal para mujeres que han tenido tres o más cesáeras.

Las tasas de cesáreas han crecido en EEUU, pasando el 20.7% de los partos en 1996 al 31.1% en 2006. Casi el 40% de las cesáreas practicadas anualmente en este país se producen en mujeres que ya se han sometido anteriormente a una cesárea.

En España, las tasas de cesáreas también se han disparado, sobre todo en los centros privados. Así, según un estudio realizado en 2005, en la Comunidad de Madrid, la tasa de partos por cesárea se situó en el 25,9%: en el ámbito público el porcentaje fue del 21,1%, en el privado alcanzó el 34,9%.

Cabe aclarar, que aquí en Buenos Aires, en ciertas instituciones del ámbito privado, las estadísticas alcanzan el 80% de cesáreas de la totalidad de los partos... :(

La información es la única salida.... Preguntemos, busquemos, leamos, hablemos de nuestras experiencias con otras mujeres, escuchemos a nuestro corazón y no dejemos de preguntar...
Y sólo después de tener toda la info en nuestras manos, sumado a la voz de nuestras sensaciones, decidamos en libertad!

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http://www.facebook.com/topic.php?uid=26968377949&topic=5091&post=19926

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en el Barrio de Chacarita, Buenos Aires, Argentina

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Myriam Wigutov:

Creadora de LA RUEDA PURPURA – Taller de Conocimiento Femenino.

Sacerdotisa de la Diosa. Autora del libro homónimo, edición autogestiva de la autora.

Cocreadora y coordinadora de LA SANGRE FEMENINA junto a Analia Bernardo. Miembra activa del Movimiento de Espiritualidad Femenina Hispano parlante.

Un abrazo en la Diosa !

lunes, 8 de marzo de 2010

Día Internacional de la Mujer

Dos notas parecidas pero diferentes para reflexionar sobre el sentido que le queremos dar a este particular 'festejo'....

A las mujeres, salud

Por Gabriela Navarra

http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1240258

Al cabo de haber leído estas líneas -si es que usted llega hasta el final- habrá sucedido tres, cuatro veces. Todo depende de su velocidad de lectura. El dato es que a cada minuto muere una mujer dando a luz en el mundo. Es decir, más de medio millón cada año. Básicamente, por falta de asistencia médica adecuada.

En un planeta comunicado a lo ancho y a lo largo por tecnologías cada vez más avanzadas y mientras un equipo de astronautas instala un mirador panorámico de siete ventanas en la Estación Espacial Internacional, la mortalidad materna sigue siendo un flagelo.

"Cada año hay unos 2,5 millones de muertes por causa de complicaciones en partos y embarazos, una cifra mayor que las causadas por el sida, la malaria o la tuberculosis -dice el doctor Yves Bergevin, coordinador de Salud Materna del Fondo de las Naciones Unidas para la Población-. La mortalidad materna es una emergencia humanitaria."

Nuestro país no está fuera del ranking. Aquí nacen unos 700 mil niños por año, pero se calcula (no existen datos oficiales) que hay medio millón de abortos, y sí está claro que las complicaciones de estas intervenciones (ilegales, hechas en la clandestinidad) son la causa principal de mortalidad materna, con unas 300 vidas femeninas sesgadas anualmente.

A fines del año pasado, la directora de la Organización Mundial de la Salud (OMS), doctora Margaret Chan, difundió el primer informe sobre la situación sanitaria de las mujeres en el mundo y dijo que el principal obstáculo en la salud de la mujer no es médico, sino social y político. El sida -por ejemplo- avanza entre la población femenina, y a menudo la mujer se contagia el virus en su propio lecho conyugal. ¿Cómo? Con frecuencia, carece de "la capacidad de protegerse y de negociar relaciones sexuales sin riesgo", explica la doctora Chan, ya que para muchísimas mujeres es muy difícil pedirle a su pareja que use preservativo si él no quiere ponérselo.

Hay lugares donde el sufrimiento femenino alcanza niveles insospechados. En el Congo, donde han muerto casi 7 millones de personas en los últimos 12 años debido a la guerra civil, según el columnista de The New York Times Nicholas Kristof -dos veces premio Pulitzer- la práctica más habitual de los rebeldes hutus sobre las niñas y las jóvenes son las violaciones, que ocurren aun cuando las víctimas están embarazadas; una vez que los cuerpos no soportan semejantes atrocidades y mueren, se las aparta, se las deja por ahí, para que no estorben. Qué decir de la ablación del clítoris, que anualmente mutila a más de 90 millones de niñas en Africa. Quienes sobreviven a la cirugía jamás sentirán placer sexual, pero, para asegurar que además de ausencia de placer sepan también lo que es el dolor, la maniobra se completa con la extracción de los labios vaginales, que disminuye la lubricación durante las relaciones, además de complicar el parto.

Todo esto asusta, indigna, pero parece ser un relato novelado cuando nos miramos a nosotras mismas o a nuestras parientes, vecinas, conocidas. Sin embargo, hagamos la prueba y, a poco de pensarlo, fácilmente se verá que aun a altísimos niveles persisten diferencias de género. Las diferencias existen, son una realidad, y no necesariamente negativa, siempre y cuando no vengan de la mano de la iniquidad. O, al menos, de iniquidades tan pero tan extremas.

Si esas desigualdades no persistieran, el Parlamento Europeo seguramente no perdería su tiempo en promover, como lo hizo hace 20 días, una resolución que facilite a las mujeres el "control de sus derechos sexuales y reproductivos a través de un acceso ágil a la anticoncepción y el aborto", además de la prevención y la lucha contra todas las formas de violencia, incluyendo la trata, que hay, y mucha.

"Hay una falta de voluntad política en todo el mundo para proteger la vida de las mujeres. Si la salud materna fuera un problema de hombres, tendríamos un ministerio para resolver vigorosamente esta situación", expresó el doctor Yves Bergevin desde las Naciones Unidas, en su condición de hombre y entendido en el tema.

En el día internacional dedicado a la mitad del planeta, no está mal soñar con que, al cabo de leer este texto -si es que usted llegó hasta el final-, ninguna otra mujer haya muerto dando a luz en el mundo.

revista@lanacion.com.ar


La autora es subeditora de LNR



DE QUÉ MANERA LA GLOBALIZACIÓN ESTÁ AFECTANDO EL PARTO Y EL NACIMIENTO


Probablemente la mayoría de vosotros sabéis que Estados Unidos ha sido el primer país en la historia que ha eliminado la profesión de comadrona. Siguiendo el liderazgo de Estados Unidos, Canadá fue el segundo país, haciendo de la mayor parte del continente de América del Norte un territorio ilegal para el ejercicio de la profesión de comadrona. Sólo la barrera lingüística y las profundas diferencias culturales entre Estados Unidos y México protegió a las «parteras» mejicanas de este fenómeno. La aniquilación de la matronería fue un experimento social de carácter masivo que, durante un largo período, causó para las mujeres la pérdida de una fuente de conocimiento sobre las capacidades de sus propios cuerpos. Generaciones sucesivas de mujeres norteamericanas no creían que podían dar a luz sin fórceps, analgésicos, hospitales, doctores y episiotomías. Por otra parte, ya nadie creía que la leche materna fuera buena, ya que muy pocos médicos sabían algo sobre la lactancia materna. Siguiendo los consejos de sus médicos, las mujeres muy obedientes, alimentaron a sus hijos con leche de vaca, creyendo que esta alimentación produciría niños más sanos que los niños alimentados con su propia leche. Todos estos cambios radicales sucedieron en el mismo período en que las mujeres norteamericanas obtenían por primera vez el derecho de voto. De hecho la matronería había sido ya destruida en EU y Canadá antes de que las feministas se dieran cuenta de cuán importante era una matronería fuerte y autónoma para proteger el conocimiento y la sabiduría de las mujeres en cuánto a su capacidad de parir y amamantar. Las feministas tenían en esa época muchas otras prioridades, por lo cual los temas ligados al nacimiento no emergieron durante un largo período. Durante la primera parte del siglo XX, fue difícil para las mujeres darse cuenta de que no eran los hospitales y los médicos los que hacían que un nacimiento fuera más seguro que 100 años antes. No tenían consciencia de que eran las mejores condiciones sanitarias, el agua potable, las mejores vías de comunicación y de accesibilidad, junto con la técnica de transfusión sanguínea las que contribuyeron a reducir constantemente las tasas de mortalidad materna entre 1936 y los años 1970 y no el hecho de que 99% de los nacimientos fueran hospitalarios. Cuando las mujeres comenzaron a entender esto, reaccionaron en contra de la deshumanización de los partos hospitalarios, quedándose en sus domicilios para dar a luz con amigas que escogían para oficiar de comadronas. Este fenómeno cogió por sorpresa al cuerpo médico. El movimiento de parto natural que comenzó en los años 60 demostró que las mujeres podían, mediante la organización y la acción directa resucitar una profesión que había sido despreciada y rechazada. Cuando mujeres norteamericanas -como fue mi caso-, descubrimos formas de aprender a ser comadronas, supimos que Europa y el resto del mundo no habían seguido el ejemplo de EU y que por el contrario, habían mantenido la profesión, y en el caso de los países más avanzados, habían formalizado la formación de comadronas. Quizás no puedan imaginar cuán excitante fue para nosotras, en EU, saber y darnos cuenta que la matronería había sobrevivido en todas partes. Comencé a entender que las comadronas en Europa no habían sobrevivido en todos los casos con su profesión intacta. Por «intacta» entiendo con el tipo de autonomía que nosotras por lo menos en nuestro pueblo, consideramos necesaria. Pero con una profesión legal y aparentemente floreciente en todos los países europeos, pensamos que los europeos estaban más adelantados que los americanos y que habían evitado la pérdida de los conocimientos acerca del parto que habían sufrido las mujeres en EU y Canadá. Esta pérdida del conocimiento que produjo un incremento tan importante de cesáreas y de partos instrumentados. Empecé a ser consciente de los efectos de la globalización en el nacimiento a través del mundo cuando leí acerca de cómo los grupos hospitalarios americanos compraban hospitales en cualquier país rico donde había hospitales para comprar. Este fenómeno me chocó y me preocupó, porque supone que estas empresas estaban lanzando sus tentáculos tan lejos como podían y -si la gente y los gobiernos se descuidaban-, las corporaciones americanas iban a influenciar la atención sanitaria en países que estaban actualmente brindando una mejor atención sanitaria que la que muchos ciudadanos americanos reciben. De la misma manera que la firma MacDonalds se expandió en el mundo como una enfermedad contagiosa, así el estilo «MacParto» de atención a la maternidad empezó a remplazar mejores y más saludables sistemas locales de atención materno-infantil. La característica clave del modelo «Macparto» es la utilización frecuente de drogas farmacéuticas y de tecnología médica que genera ingresos a ciertas empresas. Digámoslo claramente: un alto porcentaje de partos sanos, naturales en cualquier país es una mala noticia para estas empresas. Sin embargo, esto es bueno para la salud pública, y esto es lo que debemos subrayar a la población, a los ministros de salud y a los gobiernos de nuestros propios países. Las empresas no colocan a la salud pública entre sus prioridades. Nosotros lo sabemos cuando vemos el crecimiento incontrolado y la extensión de la biotecnología, de los alimentos y los medicamentos genéticamente modificados, la energía nuclear, los tratamientos hormonales substitutivos, la medicina de la fertilidad, la cirugía estética, impresionantes campañas de marketing para vender todo lo citado a gente que realmente no necesita de estos productos y servicios. Los beneficios son el único motor de estas empresas y debemos ser conscientes de ello. El sueño de las empresas en cada país del mundo sería que las mujeres planifiquen la fertilidad desde su más temprana edad tomando pastillas anticonceptivas hasta que estén listas para tener una familia, que programen sus partos por cesárea precoz, que aquellas que quieran parir por vía vaginal deban justificar su opción, que la depresión postparto que resulte sea tratada con drogas, que todos los bebés sean alimentados con alimentos especiales, que las mujeres tomen hormonas durante la menopausia y continúen tomando por el resto de sus días. Por todo ello, vale la pena estudiar lo que ocurrió en EU a principios del siglo XX, en un tiempo en el que las mujeres aprendieron a temer sus propios cuerpos. Cuando las mujeres respetan sus propios cuerpos y entienden como acceder a su química interna para facilitar el parto y la lactancia, las estrategias de marketing no funcionan. Es fácil difundir miedo a través de los medios de comunicación. Hollywood lo ha demostrado. Cuando analizamos el crecimiento de las tasas de cesáreas en la mayoría de los países europeos en las últimas dos décadas, debemos reconocer que las películas americanas y los programas de televisión tienen una gran responsabilidad en la difusión y el marketing de la tecnología en torno al parto y al nacimiento. Debemos ser muy creativos e inteligentes cuando ideamos estrategias para convencer a las mujeres de que sus cuerpos no son máquinas deficientes y que la manera más cara no es siempre la mejor manera. De lo contrario, el mundo de pesadilla que creamos nos destruirá a todos. Yo sugiero que hagamos el mundo para las generaciones futuras protegiendo el principio básico de las comadronas que creen que el cuerpo de las mujeres ha sido maravillosamente creado para realizar el acto de dar a luz y que enseñemos a las mujeres (y al público en general) cómo el parto institucional tiende a socavar la confianza de las mujeres en sus propias capacidades. Esta será una gran tarea, pero yo creo que es realizable.

Ina May Gaskin

Reflexión Personal: Ante lo visto, qué tenemos para festejar en este día? Creo que podemos celebrar la vida, seguro, pero más que festejar hay que seguir caminando, difundiendo, concientizando. Para que algún día todas las mujeres del universo sepamos que tenemos derechos, que somos sagradamente iguales a nuestros compañeros varones. Amén.